Deberías ser como los delfines…

Un guía turístico de la empresa ‘Habanatur’ me dijo algo cierto sobre la vida cotidiana en Cuba: «Los cubanos son como los delfines: viven con el agua por el cuello, pero no dejan de sonreír». Anoté la frase en un cuadernillo de cuero para dedicarla posteriormente a mi regreso a Lima, y reposé la cabeza sobre la ventanilla del bus que paseaba por La Habana Vieja para comprobar si era cierta la reflexión del guía.

«¿Cómo será la voz de un cubano triste? ¿Se puede mostrar tristeza en ese tono tan alegre?», pensaba mientras fotografiaba distintos edificios históricos. Me acordé de la teoría del determinismo geográfico, aquella que propone que las personas del mundo socializan de determinadas maneras dependiendo de su ubicación en el globo. Que los latinos sean mucho más ‘cálidos’ se debería a su ubicación cerca al ecuador, mientras que los escandinavos, por ejemplo, serían personas frías por lo mismo de sus condiciones de vida en la zona polar de Europa.

Decir que todos los cubanos son así, como los delfines, sería engañar a la realidad. El gesto de la necesidad en el rostro de la gente es universal, en cualquier país existe, incluso en Cuba. Sin embargo, ante los problemas cotidianos por la escasez, en las interacciones más sencillas aparecían sonrisas por doquier, incluso en los lugares menos esperados. Como me sucedió a mí en la casa de cambio, donde la cajera prácticamente me despachó de su ventanilla haciéndome quedar en ridículo por solo preguntar: «¿Es todo, señorita?». Y eso no fue todo, dos de sus compañeras se sumaron a la fregada y me fui algo sonrojado, pero con el reto de ser menos ‘ahuevado’ cuando hable con demás cubanos.

El guía seguía hablando con el grupo de turistas, mientras mi cabeza se hacía un globito de ideas, muchas de ellas radicadas en Karla, quien por ese entonces aún no era mi enamorada. «Debo aprender de los cubanos», me dije. «Debería ser un delfín para seguir sonriendo mientras ella aguarda en Lima».

El recorrido estaba por acabar. El guía toma nuevamente el micrófono del bus para soltar una frase más para el recuerdo: «Cuba es como la poesía: bella e incomprensible». Nuevamente anoté la frase en mi libreta de cuero para dedicarla una vez en Lima. Y otra vez apoyé mi cabeza sobre el vidrio para hundirme en mis pensamientos. «Más lorna, si realmente fuera un delfín, nadaría hasta Lima por ella», me dije esbozando una sonrisa.